Confianza y confidente
No todos los asuntos que llegan a un despacho de abogados lo hacen de la misma forma ni por las mismas vías.
Algunos, un buen número, llegan antes de iniciarse, y lo hacen bien por confianza directa del cliente, recomendaciones de terceros, etc.
Otros, en cambio, llegan una vez iniciados -normalmente por desavenencias varias entre el abogado que lo llevaba y el cliente-.
Hace escasas fechas tuve que hacerme cargo de uno de estos últimos asuntos, y las sorpresas no dejaron de sucederse.
En el asunto en cuestión será complicado que el cliente -parte demandante en el proceso judicial- encuentre satisfacción ya a sus pretensiones, en tanto que la anterior dirección letrada del asunto realizó unas peticiones al juzgado no acordes, según parece, con las necesidades y demandas de su cliente, situación que poco remedio tiene ya.
Sin entrar en más detalle, el aludido caso deja una vez más claro que la relación de cualquier abogado con su cliente debe estar soportada por la más estricta confianza, y a falta de ella, la relación no puede seguir adelante.
Es inconcebible que un cliente no sepa lo que su abogado solicita del juzgado, o que el abogado recele del cliente y pida justicia al juzgado “a ciegas”, sin que entre ambos medie comunicación al respecto, y sin que exista un contacto eventual cuanto menos para el recíproco trasvase de información y datos.
Es por eso que siempre defiendo que los abogados somos de alguna manera confidentes de los clientes, en el sentido de ser partícipes de una parte de sus historias vitales, lo que es bonito y al mismo tiempo conlleva una alta carga de responsabilidad.
Si no hay confianza mutua, si no se puede ser confidente en esa parte de la vida, lo mejor es dar por finalizada la relación, por bien de ambas partes y de los asuntos.
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